En un gesto trivial, en un saludo,
en la simple mirada, dirigida
en vuelo, hacia otros ojos,
un áureo, un frágil puente se construye.
Baste eso sólo.
Aunque sea un instante, existe, existe.
Baste eso sólo.
Este poema de Circe Maia nos instala en la forma estética típica de la escritora uruguaya, su uso del lenguaje claro-cristalino para anunciar un hecho concreto de la vida cotidiana: ¿cuántas veces nos hemos visto con otros, con los seres amados y nos han sostenido con el abrigo de su mirada?
El simple hecho de hacer de ese momento un acto de rebelión poética, lo coloca en una situación de sorpresa, como algo nuevo, fresco y sin tocar.
La metáfora del puente nos coloca en el mundo del reconocimiento, del diálogo con la otredad. Aquella puede incluso volverse símbolo, si por ejemplo lo tomamos de esa forma, nos dirá Juan Eduardo Cirlot al respecto:
“Según Guénon, literalmente, el Pontifex romano era un «constructor del puente», es decir, de aquello que media entre dos mundos separados. San Bernardo dice que el pontífice, como lo indica la etimología de su nombre, es una especie de puente entre Dios y el hombre (Tractatus de Moribus et Officio cpiscoporitm, III, 9). Por esta razón, el arco iris es un símbolo natural del pontificado. En Israel era la señal de alianza entre el Creador y sus pueblos. En China, el signo de unión del cielo y de la tierra. En Grecia, es Iris, la mensajera de las deidades. En multitud de pueblos es el puente que liga lo sensible y lo suprasensible (28). Sin este significado místico, el puente simboliza siempre el traspaso de un estado a otro, el cambio o el anhelo de cambio. Como decimos, el paso del puente es la transición de un estado a otro, en diversos niveles (épocas de la vida, estados del ser), pero la «otra orilla», por definición, es la muerte.”
Se destaca la simbología del traspaso de un estado a otro y este aspecto no está lejos del significado del poema: cuando el otro nos sostiene en el saludo, en la mirada, pasamos de la soledad a la comunión, a ser con el otro. Es un estado del alma que se alquimiza al contacto y los que nos mantiene el espíritu vivo. El reclamo de la existencia del instante, como algo sagrado, trascendiendo lo fútil: somos ahora seres que vivimos en esa concordancia.